LEMA DE ESTE BLOG...

LEMA DE ESTA BLOG: ... hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida. (Miguel Hernández)

26 DE JULIO: FELIZ DIA DE LOS ABUELOS

Mis hijos Paco y Mario con mis padres, Catalina y Jose Maria 

Hoy 26 de julio, me recuerdan las redes que es el día de LOS ABUELOS y con esta columna de opinión, quiero recordar y homenajear a aquellos abuelos del siglo pasado. A los que no les regalábamos nada material, pues entre otras cuestiones, la mayoría, la gran mayoría, no podíamos, pero sí nuestro cariño.

Pues que mejor regalo que convivir con ellos, quererlos y ver como se desvivían por ti para verte crecer y pudieras vivir lo mejor posible dentro de las situaciones de cada uno. Va por ellos. Esta es la breve historia de mi padre, “El abuelo Pepe”, pero podría ser perfectamente, cualquiera de la de vuestros abuelos, o bisabuelos.

Se llamaba José María, pero sus nietos y nietas siempre le decían abuelo Pepe. El abuelo Pepe, es decir mi padre, nació un caluroso día del mes de julio de 1913 en un bonito, pequeño y blanco pueblo de Extremadura (Esparragalejo) y murió 84 años después, un frío día de diciembre de 1997 en Mérida, capital de la autonomía extremeña y en tiempo de los romanos, cuando aún se llamaba Augusta Emérita, capital de la antigua Lusitania.

El abuelo Pepe, nos contaba -cuando estábamos alrededor de la mesa camilla calentados con el brasero de picón- que en su juventud fue labrador del campo extremeño, en concreto se enorgullecía de haber sido segador con jornada interminable, “de sol a sol”, desde que salía hasta que se ponía el sol. Pero como se le daba bien cocinar, aprovechaba de esa cualidad para escaquearse y hacer la comida para el conjunto de la cuadrilla de segadores. Casi siempre hacia la misma comida: gazpacho y garbanzos cocidos, con su tocinito y su morcilla negra.

Pero de lo que más disfrutaba era contando historias de la mili y de su reincorporación a la guerra incivil. Recordar que por aquella época a la que me refiero, años 50, no teníamos ni TV ni radio. Anécdotas y muchas intrahistorias, que darían para un libro... Así que sólo contare alguna de ellas.

Recuerdo cuando nos contó, y aunque estábamos solos en voz muy baja, que cuando comenzó la guerra en julio de 1936, las autoridades republicanas de su pueblo pusieron en marcha varios frentes para impedir la entrada del ilegal ejército franquista que había propiciado el golpe de estado contra un gobierno republicano elegido democráticamente en las urnas.

Conjuntamente con un grupo de jóvenes muy bien pertrechados de armas y víveres se fueron a unos kilómetros del pueblo a defenderse de los golpistas en unas zanjas que hicieron ellos mismos. Varias semanas después cuando ya escaseaban las viandas llego mi abuelo Diego para advertirles que no siguieran allí, que el pueblo hacia días que había sido tomado por las tropas insurrectas que habían entrado en el pueblo por otro lado.

Así que volvieron al pueblo y se entregaron al ejército golpista. Los encerraron en una especie de cárcel y al mes los perdonaron si se hacían de los suyos. El cien por cien de los jóvenes lo hizo. Y así fue como mi padre entro en guerra, primero con los republicanos y después en el ejército mal llamado “NACIONAL”, pues los verdaderos nacionales fueron los que defendieron la Republica,

En la guerra estuvo en el frente de Navalcarnero, (Madrid), eso sí, de nuevo sus dotes de buen cocinero le hizo aquí también se escaqueo de coger armas, llevando una guerra especialmente tranquila. Años después, cuando ví la película de Berlanga, “La Vaquilla”, recordé mucho a mi padre.

Mi padre una vez finalizado la guerra volvió a su anterior trabajo, jornalero del campo extremeño. En 1941 ingreso en el ferrocarril, de auxiliar de obrero de vías y obras, con un salario de 7 pesetas diarias. Para hacernos una idea de lo que, significada ese sueldo, comentaros que en esas fechas solo un litro de aceite de oliva valía cerca de 7 pesetas. Después de pasar por Mozo de Agujas en la estación de Proserpina termino su vida laboral de Guardagujas en Mérida.

Mi padre, el Abuelo Pepe, en la estación de Merida (Extremadura) en los años 60 del siglo pasado.

En aquellos años cincuenta, recuerdo cosas tales como que durante muchos días, prácticamente la mitad de cada mes, con la comida de medio día: cocido de garbanzos, teníamos para el almuerzo, la cena y el desayuno. Es decir, garbanzos en el almuerzo, sopas de garbanzos por la noche y el tocino para las tostadas del desayuno.

Por mi parte recuerdo que he vivido muchas historias con mi padre y mi familia en general. Al igual que con sus anécdotas, a mí me pasa igual, tengo tantas que no se cuales contar. Me decido por estas:

Como el sueldo era poco, teníamos algunos animales: dos cerdos, una cabra y media docena de gallinas. Con esos animales conseguimos huevos, leche y la matanza del cerdo (sacrificábamos uno y vendíamos el otro para comprar otros dos pequeños para el año siguiente).

Con la cabra teníamos leche todos los días. Mi padre la ordeñaba a primera hora de la mañana y sacaba cerca de un litro de leche. Pero de golpe la cabra empezó a dejar de dar leche un día sí y otro también y mi padre empezaba a blasfemar de lo lindo, con la maldita cabra que no daba leche y ya estaba pensando en matarla para hacer chorizos o lo que sea con ella o venderla pues la cabra venga comer y poco producir.

Y entonces tuvimos que intervenir mi hermano Juan y yo para salvar a la cabra, pues realmente lo que pasaba era que nosotros por la noche, antes de acostarnos nos íbamos al corral de la cabra y directamente desde sus ubres a nuestra boca, la ordeñábamos bien ordeñada y bien que dormíamos hartos de leche calentita y claro por la mañana la pobre cabra no tenía leche. Nuestra confesión salvo a la cabra de una muerte segura.

Como vivíamos en una estación pequeña, Proserpina, en pleno campo, bastante alejada de cualquier pueblo, íbamos a la compra cada mes en tren a Mérida o en asno prestado al pueblo de Esparragalejo.

Recuerdo, con suma nitidez, que al comienzo del año comprábamos un par de cerditos que a lo largo del año los cebábamos para la matanza. Vendíamos uno y el otro nos servía para tener embutidos hasta la siguiente temporada. Cuando íbamos a comprarlos mi padre y yo nos montábamos en un asno prestado los dos, pero a la vuelta metía mi padre a los dos cerditos en una parte de las alforjas o el serón que llevamos y a mí en la otra parte para hacer contrapeso y él andando tirando del animal. Era raro el año que yo y los cerditos no salíamos rodando o tenía que gritar cuando estaba a punto de caerme del serón. Las alforjas eran algo más seguras.

En fin, en estas fechas que se han cumplido muchos años de su nacimiento y de su muerte, me gusta recordar a mi padre, el “Abuelo Pepe”, con esas ganas de aprender y de que sus hijos fueran algo en la vida, aunque para ello tuviera que trabajar de sol a sol y llevar la cesta de mimbre de ferroviario, casi vacía cuando iba al trabajo y casi siempre llena cuando volvía.

Gracias Abuelo Pepe por lo que nos enseñaste y los valores que nos transmitiste. Sé que estarás por ahí observándonos y seguro orgulloso de tu familia. Un abrazo y descansa en paz que siempre estarás con nosotros. Hasta siempre. ¡Te queremos! Y feliz día de los abuelos.

 

Francisco Naranjo Llanos, director Fundación Abogados de Atocha (2013-2024) y sindicalista de CCOO.


3 comentarios:

  1. José Luis Sauquillo27 de julio de 2025, 11:57

    Entrañable relato del día de los abuelos.Un abrazo 🤗

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho la semblanza que has hecho del Abuelo Pepe. Paco, enhorabuena 👏.

    ResponderEliminar
  3. Alejandro Ruiz-Huerta28 de julio de 2025, 23:06

    Por fin pude leerlo. Me ha gustado Paco. Precioso tu recuerdo. Abrazos

    ResponderEliminar