Mi padre José María, mi hermano Juan y yo mismo en la estación de ffcc de Proserpina en los años 50 del siglo pasado. |
Dicen que la mejor
forma de acordarse de lo que se ha vivido a lo largo de los años es ver una
imagen. Al menos para mí es fundamental, para despertar la memoria y los recuerdos
de esos momentos pasados.
Es una fotografía de finales de los años 50 del siglo pasado, hecha en la estación
de RENFE de Proserpina, en la que estoy
con mi padre José María y mi hermano Juan, lugar donde viví hasta cerca
de los 14 años que nos trasladamos a Mérida. Proserpina, nombre de una diosa y
de un pantano cercano a Mérida, era por entonces una estación pequeñita de la
línea de Mérida a Cáceres, desgraciadamente cerrada hace ya muchos años.
Comentaros que en aquellas fechas, era muy propenso a los refriados, debido sobre todo a que hasta cerca de los 10 años no tuve zapatos. Siempre había ido con alpargatas o con sandalias de goma con los dedos de los pies al aire. Cuando tuve los primeros zapatos fueron los famosos gorila de segarra, los de la pelotita verde, con un par de números más de mi pie, pues eran heredados de mi hermano, por cierto calzado que llevo puesto en la fotografía de referencia.
Tendría por entonces
unos 10 años y como se puede observar estamos dándole de comer a una cría
de pollos. Solo ver esta imagen me da
para varias historias, casi todas relacionadas con la comida, pues a pesar de haber pasado ya los años "del hambre", la comida por entonces
escaseaba en toda España y por supuesto en Extremadura, se convertía en el
tema más importante y recurrente de las familias españolas.
La estación de Proserpina en la actualidad (2020) |
El sueldo de mi
padre era escaso y había que complementar para poder subsistir, de ahí la cría
de pollos. También teníamos una cabra que nos daba leche y cada año criábamos también un par de cerdos, que al final del engorde vendíamos uno de
ellos, que nos daba crédito para adquirir los géneros para la matanza del otro y
para la compra de otros dos lechones para la siguiente temporada.
Eran los tiempos de
que con un solo puchero de cocido de garbanzos, se hacían las tres comidas del día; garbanzos a medio día, sopas
por la noche y el tocino, morcilla y
chorizo –si había- el desayuno. Visto a la distancia una buena comida. Visto
allí, en aquellos momentos, bastante
menos, pues escaseaba el pan, el aceite, etc.
Sobre la cabra,
contar una breve anécdota, que ya he contado alguna vez. En una ocasión mi
padre llevaba varios días quejándose de la poca leche que daba la cabra cuando
a primera hora de la mañana la ordeñaba y empezó a hablar de la posibilidad de
venderla. Cuando ya estaba en trámites
de hacerlo, no quedo otro remedio que
confesar que el problema de que la cabra no diera leche no era culpa de ella,
sino de nosotros –mi hermano y yo- que por la noche antes de acostarnos íbamos
a su corral y nos bebíamos la leche directamente desde sus ubres y claro era
lógico que al día siguiente, diese poquísima leche.
En
otra ocasión el señorito de turno, en este caso de una de las
fincas colindantes a la estación, creo recordar que “El
Chaparral”, contrato a mi padre, a mi hermano y a mí, para hacer
de ojeadores en una cacería que habían organizado. Menudo día nos
pasamos, estilo pelicula "Santos inocentes" espantando conejos, liebres y perdices para que los amigos
del señorito de turno se divirtieran en sus confortables puestos de
caza.
Al
final del día volvimos a casa, más contentos que unas pascuas, pues
además del jornal ganado, íbamos cargados con varias piezas de caza
que se habían “extraviado” durante la jornada. Ya teníamos para
comer bien al menos una semana. Años después, muchos años después
y con motivo de ver la película de Miguel Delibes, “Los Santos
Inocentes”, recordé esta agridulce anécdota.
En
otras ocasiones, como vivíamos en una estación en pleno campo,
bastante alejada de cualquier pueblo, íbamos a la compra cada mes en
tren a Mérida o en asno prestado a Esparragalejo.
Y hablando del asno, recuerdo que al comienzo de cada año comprábamos un par de
cerditos que a lo largo del año siguiente los cebábamos para la matanza.
Vendíamos uno y el otro nos servia para tener embutidos hasta la
siguiente temporada. Cuando íbamos a comprarlos mi padre y yo nos
montábamos en el burro los dos pero a la vuelta metía mi padre a
los dos cerditos en una parte del serón que llevamos y a una
piedra gorda y a mí en la otra parte para hacer contrapeso y él andando
tirando del animal. Era raro el año que yo y los cerditos no
salíamos rodando o tenía que gritar cuando estaba a punto de caerme
del serón. Cosas de la vida...
En fin como decía Bertol Brech, (dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX), después de las guerras "entre
los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre; entre los vencedores, el pueblo
llano la pasó también".
Francisco Naranjo Llanos, director de la Fundación Abogados de Atocha y sindicalista de CCOO.
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