La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica en este rapto, pues cuando Proserpina es llevada a los Infiernos, las flores murieron, pero cuando regresa, las flores renacen por la alegría del retorno de la joven. |
PROSERPINA LA DIOSA
Proserpina era una diosa
romana. Es la equivalente en la mitología romana a la diosa griega
Perséfone. Es hija de Júpiter y Ceres y cuyo mito de su rapto
por Plutón, dios del Infierno, es en realidad una metáfora del ciclo de
la primavera.
Esta es la historia: En el
deseo de encontrarle pareja a Plutón, que vivía solo en el reino de la oscuridad,
interviene Venus, la diosa del amor, que manda
a Cupido a que lance sus flechas sobre él. Y estando Proserpina
en Sicilia bañándose feliz con otras ninfas, Plutón la vio y se
enamoró perdidamente, raptándola para casarse con ella y convertirla en la
reina del infierno.
Cuando desapareció Proserpina,
Ceres, su madre, empezó a buscarla desconsolada por todos los rincones del
mundo sin encontrar ni rastro de ella. Con el paso del tiempo su tristeza y
enojo fue en aumento, y como ella era precisamente la diosa de la tierra y de
su capacidad de germinar, según se iba enfureciendo iba secando los campos que
pisaba, convirtiendo en desierto los lugares por los que pasaba.
Así las cosas, cuando la
tierra estaba a punto de convertirse en un erial, Júpiter decidió
tomar cartas en el asunto y mandó a Mercurio, el mensajero de los dioses,
a convencer a Plutón de que liberara a Proserpina. Pero Plutón no estaba dispuesto
a desprenderse de su esposa tan fácilmente y por ello obligó a Proserpina a
comer seis semillas de granada, la fruta que simboliza la fidelidad. Con
ello consiguió que Proserpina repartiera su vida entre su madre y su esposo, de
tal manera que seis meses estuviera con Plutón y seis meses con su madre Ceres.
Y este es el origen de
la primavera, pues cuando Proserpina vuelve con su madre, Ceres decora la
tierra con flores de bienvenida, pero cuando en
el otoño vuelve con Plutón, la naturaleza pierde sus
colores como si se contagiara de la tristeza de Ceres.
PROSERPINA EMBALSE
De esta diosa, debe su nombre el embalse de Proserpina, más conocido por los habitantes de Mérida –emeritenses- como La Charca. Este lago de origen romano se comenzó a construir en el siglo I antes de Cristo y está situado a 5 km al norte de Mérida. Recoge las aguas de dos arroyos y tiene una capacidad de alrededor de 4 hm³. Durante la epoca romana, este embalse fue el mas importante para proveer de agua a Augusta Emerita, la capital de la antigua Lusitania.
Embalse de Proserpina, conocida popularmente como "la Charca" (Mérida) |
Después de miles de años, el
buen estado de conservación actual se debe a que tras la caída
del Imperio Romano, además de su función de abastecimiento de Emérita
Augusta, actualmente Mérida, a través del Acueducto de los Milagros,
el lago artificial ha sido siempre una popular zona de baño y recreo, por lo
que se continuó cuidando, modificando y mejorando.
El embalse de Proserpina, así
como el de Cornalvo, forman parte de la denominación Conjunto Arqueológico de
Mérida, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 por
la Unesco.
PROSERPINA ESTACIÓN
Pero no, yo hoy no quería
hablar solo de estas dos “Proserpina”, quería hacerlo mas ampliamente de una tercera Proserpina. Una
pequeña estación de tren, lugar donde di mis primeros pasos por la vida.
Y a ello me pongo: Proserpina, la estación de ferrocarril, se inauguró en junio de 1937. La estación, un pequeño Apartadero en la línea Aljucén a Cáceres, se había construido con carácter urgente en menos de un año: “para agilizar el tráfico originado por la guerra civil en la zona”. El nombre de Proserpina se debe a la decisión de llamarla igual que el embalse que suministraba agua a la ciudad de Mérida en la época romana y del que hemos hablado anteriormente.
Se descartaron otros nombres
posibles, como La Picona, Las Yeguas y La Jara, que pretendían los propietarios
de las fincas con similares nombres, próximas a la estación. Después de casi 50
años de servicio en agosto de 1986 se clausuro con carácter definitivo dicha
estación.
Estación de ferrocarril de Proserpina en el año 2015. Se cerro definitivamente en 1986. |
Mi padre, que primero fue
Obrero de Vías y Obras, viviendo en una casilla cerca de donde estaba la
estación y después Mozo de Agujas en la propia estación, estuvo trabajando por
esa zona desde los años 40 hasta los 60 del siglo pasado. Y en ese entorno nací
y viví yo hasta 1962, que cumplidos los 15 años, nos trasladamos a
Mérida.
Teniendo en cuenta que a la
edad que escribo estas líneas, me acuerdo con mayor nitidez de muchas de las anécdotas,
vivencias e intrahistorias, que me pasaron viviendo allí, que lo que cene
anoche, voy a contar algunas de ellas.
Pero antes, lo primero que quiero destacar es que en Proserpina aprendí a leer y escribir, e incluso un poco a pensar, sobre todo gracias a esos grandes maestros, que eran los encargados de la estación (Factores de Circulación, en las categorías ferroviarias), que fueron los que me dieron clases, hasta que con 12 años, comencé a desplazarme a la Escuela de Maestría Industrial de Mérida. Gracias a Cipriano Barrio, Vicente Rojas, Antonio Hidalgo y Juan Avalos y algún otro más que no recuerdo su nombre. Entre los niños que ibamos al "colegio" juntos, recuerdo a mi hermano Juan, a Alfonso y a las niñas Maria Luisa, Maribel y Mari, la hija de la señora Candela.
Año 1958: En el río Aljucen, afluente del Guadiana, con unas vecinas de la estación de Proserpina (Yo soy el niño de la derecha, tenia por entonces 12 años). |
En cuanto a mis recuerdos de
aquella época lo que más claro se refleja en mi memoria es lo relacionado con
la comida. Hay que tener en cuenta que la guerra incivil del golpista Francisco Franco,
había terminado hacia muy poco tiempo y los años llamados “del hambre”, estaban
aún vigentes y ya sabéis que el hambre agudiza el ingenio.
Recuerdo cosas tales como que,
durante muchos días, prácticamente la mitad de cada mes, con el cocido de
garbanzos, teníamos para la comida del almuerzo, la cena y el desayuno. Es
decir, garbanzos en el almuerzo, sopas de garbanzos por la noche y el tocino
para las tostadas del desayuno. Un día sí y otro también. Reitero que estamos
hablando de los años 50 del siglo pasado.
Para que os hagáis una idea
general de la obsesión de hambre, os contare que en un momento dado, ya cerca
de los años sesenta, conseguimos tener una cabra que se ordeñaba por las
mañanas y que hacía posible que tuviéramos leche fresca casi todos los días.
Pues bien, mi padre decidió que tenía que vender la cabra por la razón de que
esta daba cada vez menos leche.
Cuando ya estaba en trámites
su venta, no quedó otro remedio que confesar que la culpa de que la cabra no
diera leche no era de ella, sino de nosotros –mi hermano y yo- que por la noche
antes de acostarnos íbamos a su redil y nos bebíamos la leche directamente
desde sus ubres y claro era lógico que al día siguiente la pobre cabra diese
poquísima leche.
En otra ocasión el señorito de
turno, en este caso de una de las fincas colindantes a la estación, creo
recordar que “El Chaparral”, contrato a mi padre, a mi hermano y a mí, para
hacer de ojeadores en una cacería que habían organizado. Menudo día nos pasamos
espantando conejos, liebres y perdices para que los amigos del señorito de
turno se divirtieran en sus confortables puestos de caza.
Al final del día volvimos a
casa, más contentos que unas pascuas, pues además del jornal ganado, íbamos
cargados con varias piezas de caza que se habían “extraviado” durante la
jornada. Ya teníamos para comer bien más de una semana. Años después, muchos
años después y con motivo de ver la película de Miguel Delibes, “Los Santos
Inocentes”, recordé esta agridulce anécdota.
En otras ocasiones, como vivíamos en una estación en pleno campo, bastante alejada de cualquier pueblo, íbamos a la compra cada mes en tren a Mérida o en asno prestado a Esparragalejo.
Sobre el asno, recuerdo que al comienzo del año comprábamos un par de cerditos que a lo largo del año los cebábamos para la matanza. Vendíamos uno y el otro nos servia para tener embutidos hasta la siguiente temporada. Cuando íbamos a comprarlos mi padre y yo nos montábamos en el burro los dos pero a la vuelta metía mi padre a los dos cerditos en una parte del serón que llevamos y a mí y una piedra gorda en la otra parte para hacer contrapeso y él andando tirando del animal. Era raro el año que yo y los cerditos no salíamos rodando o tenía que gritar cuando estaba a punto de caerme del serón. En fin cosas de la vida...
En fin, como decía Bertol
Brech: “después de las guerras, entre los vencidos, el pueblo llano pasa
hambre; entre los vencedores, el pueblo llano la pasa también" y en
nuestro caso, a pesar de que mi padre estuvo en el bando de “los vencedores”,
no éramos una excepción.
Otro de los recuerdos que me
ha venido muchas veces a la mente, eran los muchos y variados resfriados que
cogía todos los años, especialmente en invierno, debido a que nunca tuve
zapatos, siempre iba con alpargatas o con sandalias de goma con los dedos de los
pies al aire. Cuando tuve los primeros zapatos –con 12 años- fueron de la marca
“segarra”, la del famoso gorila, los de la famosa pelotita verde, con un par de
números más de mi pie, pues tenían que durarme un mínimo de dos o tres años. Y
por supuesto eran heredados de mi hermano Juan.
Otra anécdota, esta menos
triste, pero tan real como la vida misma. En una ocasión fui a Mérida al cine,
a ver nada menos que a Joselito en su película “El pequeño ruiseñor”. La
película fue lo de menos, lo gordo, para mi grave, fue que lo que me paso en la
estación de Mérida, a las tantas de la noche, esperando a que saliera un tren
de mercancías que nos llevara de vuelta a Proserpina.
Dando vueltas por los andenes
me entraron unas enormes dudas que no dejaban de darme vueltas en la cabeza y
empezaba a dudar hasta de mis “profesores” ferroviarios, pues me habían
enseñado que solo había una luna y así era en Proserpina, pero no en Mérida,
que veía con nitidez 8 o 10 lunas llenas.
Al día siguiente, ya de vuelta
a Proserpina, le pregunte a mi padre por esa diferencia del planeta lunero
entre una y otra estación. Sin necesidad de hablar con los profesores mi padre
me saco de dudas: Eran los altos focos de luces de la estación de Mérida.
En fin, hay muchas más, pero
como muestra creo que son suficiente. Por cierto, que allí, en aquella pequeña
estación de ferrocarril, fui creciendo por fuera y por dentro, en esas edades
es cuando más te ves crecer y al igual que Proserpina –la diosa- fue el origen
de la primavera, Proserpina -la estación- fue para mí el origen de esa
primavera de mi vida y ahora, que ya voy por el invierno, repaso lo que dice mi
amiga y poeta Mercedes Blanco, fallecida recientemente, en su libro La Estación del Frío: (DEP compañera
Mercedes).
Y en el andén del tiempo
Me he sentado a esperar
El penúltimo tren
Que me lleve a la Estación del
Frío
Acaso sin regreso
Francisco Naranjo Llanos
Director de la Fundación Abogados de Atocha
P.D.- Agradezco a Antonio Hidalgo Rodríguez, uno de los Factores de
Circulación en Proserpina (1957/1962), -uno de mis maestros-, los datos y fotografías
sobre la estación y que me han servido mucho para completar esta breve
intrahistoria sobre las Proserpinas del mundo.
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