“La muerte
no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme siempre
estaré contigo”.
(George Gurdjieff)
El 9 de agosto de 1985 murió mi
madre. Para mi era aun joven, con solo 69
años de edad. Abuela Catalina, como le decían sus nietos había nacido el 29 de noviembre de 1915 en un pequeño y blanco
pueblo de Extremadura (Esparragalejo) y murió de una
hemorragia o instus
cerebral, un caluroso día del mes de
agosto de 1985 en Mérida (Badajoz).
Se había levantado esa mañana con mareos, mareos que no pudo superar y se desvaneció en
brazos de mi padre que inmediatamente la llevo al hospital de Merida y de allí hacia
Sevilla en una ambulancia pues en el hospital extremeño no podian hacer nada por ella. A la capital andaluza nunca llego viva, según me contaba, una y otra vez, con lagrimas en los ojos, mi padre a los pocos días del fallecimiento de mi madre.
Catalina, que por cierto no era su nombre real, pues en su
partida de nacimiento figuraba como María Saturnina, era la mas pequeña de las mujeres de la familia. Tenia dos hermanos, Nolasco y Sebastian y dos hermanas mayores Rosario y Petra. Mi padre se entero que mi madre se llamaba María y no Catalina cuando en el juzgado y
la iglesia tuvo que arreglar los papeles para
casarse.
Yo a mi madre siempre la recuerdo con vestidos negros o azul
marino, pues casi siempre llevaba luto o vestía de azul marino por alguna
promesa religiosa. Siempre haciendo cosas en la cocina, muy seria y excesivamente
obediente con mi padre.
Como es natural de cuando eres niño se te quedan muchas
cosas en tu mente. Con el tiempo se te olvidan algunas y otras nunca las
olvidas. Recuerdo, por ejemplo, cuando salíamos mi hermano y yo de caza por los
alrededores de la estación de ferrocarril donde vivíamos (Proserpina) con el
animo de coger algo que nos sirviera de cena o de merienda, una paloma, una
perdiz, un conejo, etc.
En algunas ocasiones no conseguíamos ninguna de esas piezas
y nos teníamos que conformar con la captura de un lagarto, que dicho sea de
paso por aquel entonces su caza no estaba prohibida.
El problema del lagarto era cocinarlo,
pues si a mi madre se lo llevamos sin preparar no había merienda, encima del
susto que le dábamos con un bicho tan feo como es el lagarto. Así que no nos
quedaba otro remedio que pasarnos por el río para despellejarlo y quedarlo como
un conejo pequeño. Por cierto que bien fritito esta riquísimo. El sabor y la textura de su carne se
encuentra en el intermedio de la rana y el conejo.
Entre otras cosas que me acuerdo de cuando tenia menos de 10 años, recuerdo en una ocasión que fuimos con mi
padre a un Cortijo a varios kilómetros de donde vivíamos y teníamos que atravesar el río. En la ida no
hubo problema, pasamos por unas grandes pasarelas
de piedra para pasar el cauce del río. Pero a la vuelta después de tirarse casi
todo el día lloviendo y ya oscurecido no encontramos las pasarelas pues estarían
cubiertas por la crecida del agua del río.
Pasarelas de piedra para cruzar los rios
El caso era que otro posible paso de
puente o pasarelas estaba a varios kilómetros
de distancia, así que mi padre, al que también le había afectado el liquido,
pero en su caso no solo de agua, decidió
cruzar el rió al margen de pasarelas y con nosotros -mi hermano y yo- a hombros
y así pasamos su cauce con la consiguiente inseguridad y mojadura que aquello nos
produjo. Como es lógico llegamos como una sopa y muertos de frío a nuestra casa,
pues esto que cuento sucedió en invierno.
Mi madre en lugar de echarnos la
bronca, que teníamos bien merecida por llegar tarde y mojados, en el caso de mi
padre por fuera pero también por dentro, sin un solo reproche corrió solicita a
ponernos ropa seca y a que nos calentáramos en la lumbre que ella tenia
estupendamente preparada. Esta historia, real como la vida misma, es de las que
se te quedan en la memoria para toda la
vida.
Años después y cuando ya vivíamos en Mérida, recuerdo cuando
íbamos de visita a Esparragalejo a ver a la familia, mi madre que era muy
aficionada a tener macetas en la casa, especialmente geranios, cuando ya nos íbamos
a venir de vuelta a casa, las hermanas le decían:
-A ver Catalina, que nos has quitado hoy, que llevas ahí, que estas escondiendo en las manos...
Ella decía que nada, pero la verdad es que llevaba esquejes
de geranios que había quitado de las macetas de un patio lleno de plantas que había en casa de mi
tía Ramona. El motivo no era otro que al parecer según la versión popular los
esquejes robados agarran mejor que los regalados. Así era de ingenua mi madre.
Mi madre y mi padre cuando novios en los años treinta del siglo pasado
Catalina, mi madre, como mujer que había pasado los años del
hambre, que ya he contado en otras entradas de este blog, cuando pudo -ya en
los años 70- no escatimaba en comida y
mis hijos, sus nietos, lo que mas
recuerdan de ella era, que cuando íbamos a su casa a pasar unos días, su obsesión
es que no faltara de nada a la hora de comer. Jamón, chorizo, queso, salchichón,
huevos fritos, tortillas, pollo, ensaladas de tomates y pimientos, etc etc. Eso
si regado todo con mucha aceite de oliva. Daba igual lo que nos pusiera, la
aceite de oliva siempre era de las cosas que no podía faltar en la mesa. En fin
cosas veredes…
Yo apenas pude decirle adiós, ni siquiera el día de su entierro. Cuando se puso enferma y seguidamente en el mismo día murió, me encontrába de vacaciones por la zona de Portugal con mis hijos y mi mujer y como en aquellas fechas no había teléfonos móviles, solo fijos y ademas estábamos por distintos campings no dieron con nosotros, a pesar de haber puesto incluso algún aviso por radio, que tampoco escuchamos.
Cuando volvimos a Mérida y llegamos a casa de mi suegra nos abrió
un chaval amigo de mi cuñado y al preguntar por ella contesto que no estaba en
casa porque justo en esos momentos estaba asistiendo al entierro de mi madre. Así me
entere de su muerte. Cuando llegamos al cementerio ya estaban cerrando su
tumba.
A los 30 años de su fallecimiento recuerdo a mi madre como una gran persona, quizas en la distancia, excesivamente dependiente de mi padre y de su familia. Recuerdo su
cara un poco triste, a mí siempre me pareció triste, con sus vestidos oscuros y su gran pelo negro y moño, siempre
con su moño...
Descansa en paz Abuela Catalina y estés donde estés recuerda que toda
tu familia te sigue echándote de menos y como dice la frase que encabeza
esta entrada: “que una persona no muere hasta que dejan de recordarla” pues ya sabes mama,
aquí estamos aun muchos para seguir recordándote.
RONTEKY
Abuela Catalina, una mujer modesta, obediente de su marido y que no conocía otro mundo que su casa y sus hijos. Callada y siempre en segundo lugar. sencilla, trabajadora y cariñosa. No he conocido una persona más generosa y buena, tan buena que no concebía la maldad en otro ser humano, por ello fácil de engañar, cuantas mujeres ha habido como ella!!..no conocían el descansos ni el desaliento. La recuerdo con mucho cariño
ResponderEliminarGran relato de mi padre sobre mi abuela Catalina. Yo era muy pequeño pero la recuerdo con mucho cariño. Grande abuelaaaaa siempre en el recuerdo.
ResponderEliminarMuy bonito y entrañable tu post!!! La familia es lo unico q permanece para lo bueno y lo malo.
ResponderEliminarMuy emotivo, era muy sencilla, cariñosa y muy guapa, a mi siempre me han dicho que me parezco mucho a ella, besos
ResponderEliminarBonito y a la vez sencilla este relato tuyo, Francisco , sobre tu madre , que por lo que me han comentado era una gran mujer al lado de su hombre , emociona que un hijo recuerde a su madre de esa manera , después de tanto tiempo , te felicito por tus sentimientos tan profundos y sinceros , abrazos a todos , saludos .
ResponderEliminarEntrañable relato de vivencia familiar. Buena memoria. Yo apenas tengo recuerdos de mi infancia, por ello tienes un tesoro. Un saludo Naranjo
ResponderEliminarMuy real y muy bonito ese pequeño-gran homenaje a la abuela Catalina que no ha muerto, porque la recuerdas tú y tu familia con mucho cariño.
ResponderEliminarY como extremeño comprendo perfectamente la vida que llevaban nuestros mayores.
Un saludo F. N.
PD. Olvide poner mi nombre en el comentario, Columbiano Jiménez
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