Yo acudí a Londres para abortar hace 34 años y no
fue fácil y que conste que fui de las afortunadas. Es el camino que dentro de
poco tendrán que recorrer las jóvenes que deseen interrumpir su embarazo si la
Ley Gallardón se aprueba.
En aquel vuelo íbamos muchas, casi todas
a lo mismo. Algunas charlábamos
para quitarnos los nervios y el miedo. Otras se acurrucaban en sus asientos. Era la primera vez que salíamos de España. Y en esa ocasión, además, lo hacíamos en avión, transporte que al menos yo lo utilizaba
también por primera vez. El viaje “turístico”
que ninguna de nosotras deseaba hacer.
Era 1979 y aquel avión nos llevaba a Londres.
A abortar. En nuestro país, el aborto
era un delito penado con seis años de cárcel.
En España, hasta 1985, aquellas
que necesitábamos interrumpir el
embarazo, solo teníamos dos opciones:
arriesgarnos a un aborto clandestino o,
si podíamos permitírnoslos económicamente, salir a clínicas de otros países,
especialmente a Ámsterdam o Londres.
Yo venía de un pueblo del sur de España. Tenía 25 años y dos hijos y no estaba dispuesta a tener más y
para más inri el embarazo había sido a consecuencia de fallarme el DIU, (un pequeño
dispositivo que se colocaba dentro del útero para prevenir el embarazo), traído
por cierto, clandestinamente de Londres, por una amiga.
Había dejado a mis dos hijos con
la abuela, pues mi marido no podía atenderlos pues era el único de la familia
que trabajaba. Su sueldo no era muy allá de 15.000 pesetas mensuales y el viaje,
la estancia y la operación, nos iba a costar 40.000. Casi el sueldo de tres
meses.
Bueno continúo. Cuando el avión llego al
aeropuerto de Londres la persona que nos esperaba
nos agrupo de tres en tres. Nos montaron en un autobús y nos llevaron a un
pueblo de las afueras, al menos 20 kilómetros de Londres, en el que hicimos noche ya las tres juntas hasta que volvimos a coger el avión.
Aunque no nos conocíamos hasta entonces las circunstancias hizo que nos hiciéramos
amigas en horas. Nos dimos los teléfonos de los familiares por si nos pasaba
algo a alguna de las tres, e hicimos unas horas turismo por las calles de Londres. Hasta algún
souvenirs compre para los niños.
La mañana siguiente a nuestra
llegada nos fuimos a la consulta médica en un Taxi, autentico ingles, negro y
grande, nos montamos las tres y aparte de costarnos “un dineral”, una de
nosotras vomito en los asientos con el consiguiente disgusto del taxista. Una
vez que pasamos una consulta médica rutinaria nos dieron la mañana libre y fue
cuando aprovechamos para hacer un poquito de turismo. Por la tarde pasamos a
que nos hicieran la operación, muertas
de miedo, pero al estar acompañadas por otras muchas chicas de mi edad, que pasaban por similares circunstancias, me animaba.
Recordaba momentos antes de la operación
que estaba allí, por consejo de un
centro de planificación familiar, semiclandestino, pero con grandes profesionales y ellos fueron también
los que me indicaron la agencia de viajes y conque empleado hablar para preparar el
viaje y todo los demás, eso sí, a 40.000 pesetas
el paquete completo.
Una vez finalizaba la operación,
solo recuerdo que me llevaron en una camilla y cuando desperté, varias horas después, estaba ya en una habitación, en una cama acompañada a mi alrededor de por lo menos
una docena de camas igual que la mía. Más parecía un salón comunal que una
habitación. Y allí pase la noche.
Al día siguiente después de hacernos la visita
médica, -nunca mejor dicho-, nos dieron una pastilla de antibiótico y ala
para el aeropuerto. Llegamos de nuevo al aeropuerto Madrid Barajas y allí me despedí de mis amigas, amigas
por tres días, deseándoles lo mejor. Hoy 34 años después recuerdo este viaje como
un mal sueño, como una pesadilla y sobre todo por el miedo que pase. A lo largo del tiempo no he tenido ningún tipo
de remordimiento, solo rabia, rabia por parecerme mentira que en España no pudiera hacerme lo que era normal en esos países de nuestro
entorno. Yo fui de las afortunadas, pensaba en las que no podían ir y se ponían
en manos de las aborteras con el consiguiente peligro que eso entrañaba. Lo decía entonces y más fuerte lo digo ahora: temo el futuro que les espera a las mujeres que les toque la Ley de Rouco Varela-Gallardón.
Como me lo han contado os lo
cuento. Esperemos que entre todos y todas podamos echar abajo la nefasta Ley que nos quiere retrotraer a los años del
posfranquismo. Este relato da buena cuenta de lo tendrán que volver hacer nuestras
hijas y nietas si no paramos esta nefasta Ley y apoyamos los
derechos de la mujer entre todos y todas.
RONTEKY
DATOS DE ESOS AÑOS…
Como esas personas que he comentado, hasta que en 1985 se despenalizó
en España ciertos supuestos, unas 30.000 españolas viajaban al extranjero cada
año para interrumpir su embarazo. Más de 20.000 de ellas a clínicas londinenses,
según datos del Gobierno británico.
Ese circuito, que en primera
persona he contado, se fue
profesionalizando con la apertura de los primeros centros de planificación
familiar donde, de tapadillo y con altísimo riesgo, se empezaron a organizar
los viajes. Solían durar cuatro días, de jueves a domingo. E iban tantas
españolas que las clínicas receptoras terminaron por contratar a personal que
hablaban su idioma. La red funcionaba como un reloj: las mujeres acudían al
centro, les informaban y las enviaban a la agencia de viajes cómplice. Allí
daban un nombre en clave, una contraseña, para obtener los billetes. Después,
reunión con las que viajarían, y a Londres...
Pero hasta ese colchón de
apoyo no llegaban todas las mujeres. Ni mucho menos. En aquel entonces se
practicaban en España alrededor de 300.000 abortos al año, según estimaciones
de la Fiscalía del Tribunal Supremo (cálculo de su memoria de 1974). Cifra que
los sectores más conservadores siempre consideraron desorbitada. Pero ni los
preservativos ni la píldora (y menos cuando estaban prohibidos) eran algo
corriente.
En aquellos tiempos, aun mayor
problema tenían las mujeres de los pueblos y las más humildes,
que se veían obligadas a recurrir a abortos inseguros, carniceros. La mayoría a
manos de aborteras que empleaban desde hierbas tradicionales como hinojo o
perejil hasta procedimientos más agresivos. Y peligrosos.
(Estos datos están sacados de un informe elaborado
por el periódico El País)
Video dedicado Rouco Varela, de Luis Ramiro.
Creo que siempre hay que estar atento a estas cosas porque la verdad uno no quiere arruinarse unas lindas vacaciones, espero que este año pueda encontrar unos vuelos baratos lan
ResponderEliminarSi señor, real como la vida mismo, sucedió, tú has dulcificado la historia de entonces hablando solo de Londres, pero en Madrid había muchas consultas que por el módico precio de 15.000, 20000 pts las mujeres abortaban y he dicho consultas, en media hora entraban y salían, entraban embarazadas y salían habiendo abortado, muchas de ellas murieron a otras un prestigioso ginecólogo las ayudo a sobrevivir, llevándose las manos a la cabeza por la carnecería que colegas suyos habían hecho, jugándose mucho él y las personas que las ayudaron por no denunciarlas. Muchas de estas mujeres no pudieron volver a tener hijos nunca más. Fue un precio muy alto para ellas. Otras terminaron en manos de gente que no tenía nada que ver con la medicina, eso si, cobraban por ello, me refiero a los abortos.
ResponderEliminarGracias de nuevo por el relato real.