Ayer, en el cementerio civil de Madrid, le
dimos el último adiós a una gran luchadora por la libertad. Justo el 14 de
febrero, día de los enamorados. Y enamorados hemos estado muchas personas de
ella, por su coraje, por su capacidad, por su paciencia y por su solidaridad
con los demás, Y siempre, lloviera lo que lloviera, con una sonrisa en sus labios.
Si, seguro que sabéis a quien me refiero. A esa
gran mujer que fue Josefina Samper
Rojas, nacida en un pequeño pueblo de la Alpujarra andaluza, Fontán (Almería),
un mes de mayo de 1927 y que murió en Madrid el 13 de febrero de 2018, a la edad de 90 años.
Josefina es esa mujer, que la gran mayoría de las
personas que la han oído nombrar, la asocian con “la compañera y camarada de
Marcelino Camacho”, “la que le hacia los jerseys rojos burdeos”, “la que le llevaba comida a la cárcel”, ”la de las
famosas magdalenas”…
Y sí, todo eso es cierto, pero para su familia
y para los muchos que la conocimos mas de cerca, era más, mucho más. Era de esas mujeres-coraje con una
gran capacidad, organizativa e intelectual, para salir de los muchos problemas
que le ha deparado la vida y la época que le toco vivir. En fin de esas que nos
dan “sopas con onda” a los hombres.
Con solo 4 años emigro con su familia a Oran (Argelia). Allí muy
joven comenzó a trabajar como pantalonera en un taller de confección. A los 12
años comenzó su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU)
y a los 14 se afilió al Partido Comunista (PCE) de la mano de Roberto
Carrillo, hermano de Santiago Carrillo.
Entre otras cuestiones, como
militante del PCE, organizó a los niños de su barrio, usando latas a modo de
tambor, como contraseña para avisar cada vez que llegaba la policía en busca de
los refugiados republicanos escondidos. En una ocasión nos contó, que como las
batidas de la policía eran frecuentes, a
los niños no les dio tiempo avisar y un refugiado salio huyendo y fue abatido a tiros por la policía. Se
acercaron a ver que había pasado y vieron al refugiado chorreando sangre. No volvieron
a saber nada de él y aquellas imágenes las ha recordado toda la vida.
Nunca
fue una militante pasiva, en ese tiempo también
creó una especie de cooperativa dedicada a la fabricación de zapatillas
de rafia con la que contribuía mantener su casa, así como la de muchas
otras familias, en su mayoría de emigrados políticos. Josefina se
responsabilizó de conseguir la rafia. Los beneficios eran divididos en función
de los pares de zapatillas que hacían, siendo Josefina la que obtenía las
menores ganancias.
Lo que si ha marcado el resto de su vida a
Josefina fue un día de 1944 que conoció a Marcelino Camacho. Tenía ella 17 años
y formó un grupo de apoyo a los refugiados políticos. Ella se encargo de
organizar un acto de recibimiento a tres compatriotas huidos de un campo de
concentración de Tánger. Uno de ellos era Marcelino, que tenía por aquel
entonces 25 años. “Cuando lo vi., no pesaba ni 28 kilos, no tenía nada más que
pelo y un mono con la P de preso”, nos contaba un día en su casa, delante de un
café y un exquisito plato de sus famosas magdalenas.
Cuatro años más tarde, en 1948, se caso con él.
"Un día me llamó, me preguntó si tenía novio, le contesté que no me había
dado tiempo más que para trabajar y tirar para adelante. Me dijo que si dábamos
un paseo y a los pocos minutos me pidió noviazgo". Josefina no lo dudó:
“Yo tenía muy claro que sólo me iba a casar con un hombre con el que
compartiera mis ideas".
Con el noviazgo a Marcelino le llegaron los potajes de la señora Piedad, su futura suegra, y, con ellos, en seis meses engordó 20 kilos. El casamiento fue en la alcaldía de Orán, que el fotógrafo convirtió en boda adornando con velo y flores el pelo de Josefina.
Josefina nos hablaba de todo esto y de muchas mas
cosas desde su casa en un barrio de Majadahonda (Madrid). Serian los primeros
meses del 2010 y llevaba muy poco tiempo allí y aunque le gustaba, no acababa
de acostumbrarse, después de tantos años de vivir en su Carabanchel, en un
tercero sin ascensor, pero por problemas de movilidad de Marcelino y ayudados
por CCOO, se tuvieron que mudar lo más cerca posible de sus hijos Yenia y
Marcel.
Volviendo a su vida de militante (o como dicen
algunos ahora, de activista), cuando volvieron a España, en 1957, tras el indulto de Marcelino,
vivieron en Carabanchel, en un modesto piso, piso en el que residieron mas de 50
años. En el barrio de Carabanchel continuaron ambos su actividad política y
sindical clandestina que llevó a los sucesivos encarcelamientos de Marcelino. Entre
las distintas caídas Marcelino cumplió 15 años de cárcel.
En los años 60 del siglo pasado, Josefina y
otras mujeres, la mayoría de ellas esposas de presos, se movilizaron, creando
en 1965 el Movimiento Democrático de Mujeres
-germen del actual movimiento feminista-, dedicado a
luchar, dentro y fuera de nuestro país, para ayudar a los presos políticos, logrando ciertas
mejoras en las condiciones en los que estos se encontraban detenidos. Por
cierto que pensando en su ejemplo, en el 2008 la Fundación Abogados de Atocha concedió
el premio que lleva su nombre a las mujeres
de los presos politicos, a las que
quisimos reconocer su valor y su compromiso,
porque, como Josefina, fueron mujeres que padecieron muchas penurias, con sus maridos sin trabajo, perseguidos, encarcelados,
torturados, etc.
En diferentes épocas las mujeres han
sido las musas, la motivación y el pilar de muchos hombres que la historia ha
designado como importantes en sus tareas. Y en el caso que nos ocupa sin
ellas, sin esas Josefinas, no hubiera sido posible la fuerza
del movimiento obrero en nuestro país y la lucha que se libro por la
libertad sindical y la democracia en la dictadura franquista y en la
transición.
Hoy aprovechando que estamos hablando de esa gran
luchadora que fue Josefina Samper, quiero recordar a dos mujeres que apoyaron a dos grandes
hombres, cada uno en su actividad. Mujeres que por azares del destino,
incluso llevan el mismo nombre: Josefina.
Josefina Manresa fue para Miguel Hernández,
además de esposa y madre de sus hijos, musa de inspiración poética y
guardiana de su legado en los duros años de la clandestinidad. Quizás el
conocido libro de versos “El rayo que no cesa”, es uno de los que mejor
lo refleja esa influencia.
En cuanto a Josefina Samper, compañera de toda la
vida de Marcelino Camacho, poco tendría que decir. Los que hemos tenido el
honor de conocerla antes y después de la muerte de Marcelino, sabemos muy bien
lo que ha significado para Marcelino y para la lucha por la libertad, la
democracia y la justicia en este nuestro país.
Dice el viejo dicho popular que detrás de
cada hombre siempre hay una gran mujer. En boca de Josefina,
esta lo aclara, “Nunca he estado, ni delante, ni detrás de Marcelino; ni he
sido más valiente, ni menos. Caminábamos el uno al lado del otro. Lo que pasa
es que las responsabilidades de cada uno fueron distintas”.
En definitiva, la vida de Josefina fue su familia,
su partido, sus comisiones obreras, la lucha por la libertad y por la igualdad.
Tras la muerte de Marcelino, también su vida ha sido seguir siendo su voz,
transmitiendo su memoria y la de tantas luchas en común. Ahora a menos de un
mes del 8 de Marzo, día Internacional de las Mujeres, el ADN de Josefina reforzara
el compromiso de las movilizaciones convocadas para ese día, con el fin de combatir
todas las formas de violencia y de discriminación contra las mujeres.
FRANCISCO NARANJO LLANOS
Director de la Fundación Abogados de Atocha
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