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LEMA DE ESTA BLOG: ... hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida. (Miguel Hernández)

RECUERDOS DE MIS AÑOS INFANTILES EN PROSERPINA


Mi padre José María, mi hermano Juan y yo mismo en la estación de ffcc de Proserpina en los años 50 del siglo pasado.
 
Dicen que la mejor forma de acordarse de lo que se ha vivido a lo largo de los años es ver una imagen. Al menos para mí es fundamental, para despertar la memoria y los recuerdos de esos momentos pasados. 

Es una fotografía de finales de los años 50 del siglo pasado, hecha en la estación de RENFE de Proserpina, en la que estoy  con mi padre José María y mi hermano Juan, lugar donde viví hasta cerca de los 14 años que nos trasladamos a Mérida. Proserpina, nombre de una diosa y de un pantano cercano a Mérida, era por entonces una estación pequeñita de la línea de Mérida a Cáceres, desgraciadamente cerrada hace ya muchos años.

Comentaros que en aquellas fechas, era muy propenso a los refriados, debido sobre todo a que hasta cerca de los 10 años no tuve zapatos. Siempre  había ido con alpargatas o con sandalias de goma con los dedos de los pies al aire. Cuando tuve  los primeros zapatos fueron los famosos gorila de segarra, los de la pelotita verde,  con un par de números más de mi pie, pues eran heredados de mi hermano, por cierto calzado que llevo puesto en la fotografía de referencia.

Tendría por entonces unos 10 años y como se puede observar estamos dándole de comer a una cría de  pollos. Solo ver esta imagen me da para varias historias, casi todas relacionadas con la comida, pues a pesar de haber pasado ya los años "del hambre", la comida por entonces escaseaba en toda España y por supuesto en Extremadura, se convertía en el tema más importante y recurrente de las familias españolas.

 La estación de Proserpina en la actualidad (2020)

El sueldo de mi padre era escaso y había que complementar para poder subsistir, de ahí la cría de pollos. También teníamos una cabra que nos daba leche y  cada año criábamos también un par de cerdos,  que al final del engorde vendíamos uno de ellos, que nos daba crédito para adquirir los géneros para la matanza del otro y para la compra de otros dos lechones para la siguiente temporada.

Eran los tiempos de que con un solo puchero de cocido de garbanzos, se hacían las tres  comidas del día; garbanzos a medio día, sopas por la noche y  el tocino, morcilla y chorizo –si había- el desayuno. Visto a la distancia una buena comida. Visto allí, en aquellos momentos,  bastante menos, pues escaseaba el pan, el aceite, etc.

Sobre la cabra, contar una breve anécdota, que ya he contado alguna vez. En una ocasión mi padre llevaba varios días quejándose de la poca leche que daba la cabra cuando a primera hora de la mañana la ordeñaba y empezó a hablar de la posibilidad de venderla. Cuando ya estaba en trámites de hacerlo,  no quedo otro remedio que confesar que el problema de que la cabra no diera leche no era culpa de ella, sino de nosotros –mi hermano y yo- que por la noche antes de acostarnos íbamos a su corral y nos bebíamos la leche directamente desde sus ubres y claro era lógico que al día siguiente, diese poquísima leche.

En otra ocasión el señorito de turno, en este caso de una de las fincas colindantes a la estación, creo recordar que “El Chaparral”, contrato a mi padre, a mi hermano y a mí, para hacer de ojeadores en una cacería que habían organizado. Menudo día nos pasamos, estilo pelicula "Santos inocentes" espantando conejos, liebres y perdices para que los amigos del señorito de turno se divirtieran en sus confortables puestos de caza.

Al final del día volvimos a casa, más contentos que unas pascuas, pues además del jornal ganado, íbamos cargados con varias piezas de caza que se habían “extraviado” durante la jornada. Ya teníamos para comer bien al menos una semana. Años después, muchos años después y con motivo de ver la película de Miguel Delibes, “Los Santos Inocentes”, recordé esta agridulce anécdota.

En otras ocasiones, como vivíamos en una estación en pleno campo, bastante alejada de cualquier pueblo, íbamos a la compra cada mes en tren a Mérida o en asno prestado a Esparragalejo. 

Y hablando del asno, recuerdo que al comienzo de cada año comprábamos un par de cerditos que a lo largo del año siguiente los cebábamos para la matanza. Vendíamos uno y el otro nos servia para tener embutidos hasta la siguiente temporada. Cuando íbamos a comprarlos mi padre y yo nos montábamos en el burro los dos pero a la vuelta metía mi padre a los dos cerditos en una parte del serón que llevamos y a una piedra gorda y a mí en la otra parte para hacer contrapeso y él andando tirando del animal. Era raro el año que yo y los cerditos no salíamos rodando o tenía que gritar cuando estaba a punto de caerme del serón. Cosas de la vida...


En fin como decía  Bertol Brech, (dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX), después de las guerras "entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre; entre los vencedores, el pueblo llano la pasó también".

Francisco Naranjo Llanos, director de la Fundación Abogados de Atocha y sindicalista de CCOO.

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