LEMA DE ESTE BLOG...

LEMA DE ESTA BLOG: ... hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida. (Miguel Hernández)

ANTONIO HIDALGO: LA ESTACIÓN DE PROSERPINA


A raíz de mi publicación en el blog, “Las Proserpinas del mundo”, Antonio Hidalgo Rodríguez, amigo y maestro, desde los tiempos de que vivía en la estación de Proserpina, -tenía yo por aquel entonces 11 años- ha escrito un recordatorio de sus cinco años en aquella pequeña estación que a mi me ha emocionado. Antonio, jubilado ferroviario, ya cumplido los 90 años, con su memoria prodigiosa, ha reflejado en un breve memorial recuerdos y anécdotas que además de históricas son sumamente interesantes, describiendo como vivíamos entonces muchos de los españoles que tenían un “buen trabajo” en nuestro país. Creo que merece inaugurar con su escrito este blog con cuestiones ajenas y no propias. Ahí lo tenéis para vuestro deleite…(Nota del autor del blog)

LA ESTACIÓN DE PROSERPINA

Después de pasar por las categorías de Aspirante a Factor y Factor, cuando ascendí a Factor de Circulación me destinaron a la estación de Marsá Falset, en la provincia de Tarragona. Acababa de casarme, y mi esposa y yo comenzábamos nuestra vida en común, aunque alejándonos de nuestra tierra y de nuestras familias.

Marsá – Falset tenía un tráfico ferroviario muy intenso, con 5 vías de circulación y 7 de maniobras. La distancia y la dificultad en las comunicaciones en aquella época nos impidieron viajar a Extremadura para visitar a nuestros familiares durante meses. A pesar de que en Marsá estuvimos a gusto, nuestro deseo, desde el primer día, era el de retornar cerca de nuestras familias y de nuestra tierra, cosa que pudimos hacer relativamente pronto. Aún tengo en mi poder la emocionada carta de alegría de mi padre cuando supo que volvíamos a Extremadura, a una estación con nombre de deidad romana, sobre la que trata este escrito: Proserpina.

Enclavada en la línea de Aljucén a Cáceres, tenía como estaciones colaterales El Carrascalejo y Aljucén. Se construyó en 1937 para acortar la distancia existente entre ambas, al igual que lo fue en 1921 el apartadero de Valduerna, entre Aldea del Cano y Cáceres, debido a la poca autonomía de las máquinas y a su lentitud, siendo necesarias las tomas frecuentes de agua.

Mi esposa Obdulia y yo llegamos a Proserpina el 1 de septiembre de 1957, casi recién casados, ella con 26 años, yo con 29.

Allí encontramos a los que durante cinco años serían nuestros vecinos, compañeros de trabajo y amigos: Juan Luis Morera, Factor de Circulación, como yo, casado con Aurora, con una hija, Matilde, de 8 años; Joaquín Barroso, Mozo de Agujas, viudo, con dos hijas más o menos de mi edad, solteras; y José María Naranjo, también Mozo de Agujas, casado con Catalina, con dos hijos: Juanito de 15 años y Francisco de 11.

José María construyó su propia vivienda enfrente de la estación, cruzando la vía, para estar próximo a su lugar de trabajo. Aunque de reducidas dimensiones, en ella vivía el matrimonio y sus dos hijos. Hizo también apartados para las cabras y las gallinas, así como para el cerdo que sacrificaban anualmente, y a cuya matanza tenía siempre la amabilidad de invitarnos.

En la misma línea de la estación, a poco más de 100 metros dirección Mérida, vivía otra familia: Gregorio Carmona, su mujer, Candela, y su hija Mari, que habitaban una de las 53 casillas construidas en 1884 para los obreros de la vía en el ramal de Aljucén a Cáceres.

Todos ellos, compañeros de trabajo y sus familias, fueron importantes en la convivencia diaria de la estación, pero José María fue un gran amigo, una persona muy querida. Siempre dispuesto a echar una mano, me ayudó al cargue y descargue del mobiliario a mi llegada, así como cuando me destinaron a Don Álvaro cuatro años más tarde, adonde fue una vez a visitarnos. Me enseñó a construir "garlitos", hechos a base de los juncos que se crían junto al río. Gracias a ellos atrapábamos bogas y otros peces, que en la cocina de casa se convertían en un plato exquisito.

Recién llegados a la estación, José también me acompañó y guio de finca en finca, a donde fuimos para comprar una cabra lechera, elemento imprescindible para la supervivencia familiar en aquella época. Cada familia de la estación disponía de dos cabras como mínimo, y entre todos los compañeros reuníamos un pequeño rebaño que pastaba libremente por las fincas, con la condescendencia de dueños o arrendatarios. De ellas obteníamos la leche diaria para el desayuno y la crianza de los hijos, y aprovechábamos además sus crías, que vendíamos cuando eran un poco mayores. José también me enseñó a ordeñarlas. Recuerdo aún la mala suerte que tuvimos con nuestra primera cabra, pues, después del esfuerzo de la compra, la arrolló el tren, con los consiguientes trastornos económicos y alimenticios en aquella época de escasez. Con gran esfuerzo, volvimos a adquirir otra. Al final, la crianza caprina no se dio del todo mal, porque a mi traslado a la estación de Don Álvaro en 1962 disponíamos ya de cuatro cabras adultas y tres crías, que nos supusieron una buena ayuda al ser vendidas.

Muy importantes para la supervivencia eran también las 50 gallinas ponederas que adquirimos con la intención de vender sus huevos al vecindario y obtener así una pequeña ayuda en la difícil subsistencia en aquellos tiempos. Finamente, no fueron rentables, ya que los gastos de alimentación con pienso compuesto superaban al pequeño beneficio obtenido con la venta. Era difícil vender los huevos entre los vecinos, siendo necesario llevarlos a la plaza de abastos de Mérida, donde los intermediarios eran los que, en un minuto y sin haber hecho ningún esfuerzo, se ganaban el doble o más de lo que yo percibía por ellos.

Ubicada como estaba en pleno campo, Proserpina era un remanso de paz, un atrayente lugar al que acudían los habitantes de Mérida los domingos y festivos para pasar el día en plena Naturaleza. En esta época aún no se ponían puertas al campo, y no existían cercas ni vallas.

La vida en la estación era grata, pues el aislamiento alienta la solidaridad humana y la amistad, asentadas también sobre una base de protección común. Las relaciones eran fluidas, y se hablaba de todo, sin cortapisas. Disfrutábamos también de la compañía de los pastores y vaqueros del ganado trashumante abulense, que nos agradecían la entrega de la correspondencia que les enviaba su familia, y que nosotros recibíamos diariamente gracias a los ambulantes de Correos, que viajaban en los trenes.

Pero a las bondades de la vida apacible y sosegada, y en plena naturaleza, se contraponían también algunos inconvenientes: asistencia médica muy lejos, en Mérida, adonde en caso de urgencia, en horas distintas a los trenes de viajeros, era imposible llegar excepto en algún tren de mercancías que ocasionalmente pasara por la estación y pudiera transportar a la persona enferma. No existía el alumbrado eléctrico, y en su lugar utilizábamos quinqués de petróleo. Tampoco disponíamos de agua corriente. Para proveernos de agua teníamos un pozo artesanal a poco más de 100 metros de distancia, con agua potable, pero que se secaba al llegar el verano. Llegado este caso, desde la estación colateral de El Carrascalejo nos suministraban diariamente un tonelete metálico con 25 litros de agua, procedente del río Valdeconde. También desde Carrascalejo, desde la tienda de "la Chiri", nos enviaban el pan diario en una "talega".


A pesar de las dificultades, en la estación de Proserpina empezamos con ilusión una vida nueva, y en abril de 1958 nuestra familia recibió a un nuevo miembro: Juan Antonio, nuestro primer hijo, y en febrero de 1961 llegó Juli Mary. Desde Proserpina, los cuatro hemos recorrido todas las estaciones a las que por ascenso o cierre fui destinado. La vida de un ferroviario no era fácil, e implicaba mudanza segura, cambio total: ciudad, casa, cambio de escuela para los hijos, cambio de compañeros y amigos…

Proserpina fue para mí un paraíso natural y sentimental, donde pude disfrutar algo parecido a una segunda infancia, una segunda primavera de la vida. La Naturaleza en el entorno era prodigiosa: el Cuarto de la Jara, Hinojo, El Chaparral y Las Yeguas eran dehesas de encinas dedicadas solo al pastoreo, adornadas con rocas graníticas, moldeadas por la erosión, con sus formas caprichosas, donde en primavera sólo se oía el sonido ensordecedor del zureo de miles de tórtolas que allí anidaban. Se veían reptiles como la ‘culebra de escalera’, con sus respetables 1,5 metros de envergadura, pero inofensiva, abundaban los conejos, muchos de ellos ya atacados por la mixomatosis, las liebres y los lagartos, así como las bandadas de perdices.

Enfrente, a poco más de 100 metros, corría el río Aljucén, entonces con aguas limpias y cristalinas, con sus orillas bordeadas de floridas, aunque venenosas, adelfas. Su superficie estaba cubierta de pequeños nenúfares con olorosas flores blancas, y en las orillas crecían los tilos, con sus fragantes flores. Bordeaban el río algunos fresnos, y en el fértil suelo cercano al río abundaban espárragos y criadillas.

En verano, por la falta de lluvias, cesaba la corriente, pero cuando esto sucedía, las bogas ya se habían desplazado al Guadiana. En las charcas que quedaban aisladas pululaban las ranas, que alegraban las noches con su incesante croar.

Llegado el invierno, nuestro riachuelo, fuente de vida en toda época, se había quedado mucho más seco, y era frecuente entonces el paso y también la estancia de bandadas de palomas migrantes en busca de su sustento preferido: las bellotas.

En esta época, la vida en la estación era un poco más triste. Pasábamos gran parte del tiempo en la oficina, y en casa, al lado de la estufa de carbón o de la placa de la cocina, dentro de la casa, disfrutando de la convivencia laboral y familiar.

Renfe nos proveía de carbón para calefacción, pero si escaseaba lo comprábamos en Mérida. También hacíamos 'picón', siguiendo las enseñanzas y ayuda de mi compañero y amigo José Maria.

Con Juanito, el hermano de Francisco, algo mayor que él y 18 años menor que yo, pasé muy buenos momentos. ¡Qué buenas carreras dimos detrás de los pollos de perdiz para intentar capturarlos! Nuestro afán era agotarles por cansancio, aunque nunca conseguimos coger uno, porque nos cansábamos nosotros antes que ellos.

Otras veces, sacábamos los lagartos con rejones de sus refugios en las oquedades de las viejas encinas, cazando una vez tres ejemplares, y en otra ocasión, con una carabina de aire comprimido que nos prestaron, conseguimos capturar catorce.

En aquella época el lagarto no era una especie protegida, y por este motivo preparamos aquel día una gran caldereta, de la que participaron todas las familias de la estación. Desde entonces no he vuelto a probar el lagarto, e incluso ahora, con el paso del tiempo, me entristece haber matado a estos animales, aunque pudiera ser algo normal cuando vivíamos en mitad del campo, en aquellas estaciones aisladas. Eran otros tiempos.

La vida en la estación no se detuvo, siguió su curso. Las estaciones representan, de alguna manera, el fluir de la vida: personas que llegan, otras que se van, algunas suben al tren, otras bajan, algunas se quedan, otras nunca vuelven. Era la vida, que discurría en un lugar del mundo, como otro cualquiera, en ese lugar del mundo en el que vivimos durante cinco felices años: Proserpina.


Después de Proserpina fui destinado a la estación de Don Álvaro, muy cerca también de Mérida. Mi amigo José, muy estudioso e inteligente, ascendió a la categoría de guarda agujas, y le destinaron a Getafe, destino al que renunció. Finalmente fue destinado a Mérida. Allí se jubiló, y Catalina y él compraron un solar en la Barriada de San Juan, donde edificaron su casa, y adonde fui a visitarles en muchas ocasiones. Fallecida Catalina, José ingresó en la Residencia de Pensionistas de Mérida, donde también le visité más de una vez hasta su fallecimiento.

Le acompañé en su entierro, en el último viaje. Es triste acompañar a un amigo cuando se va para no volver. La muerte de las personas queridas es algo que siempre vemos demasiado lejos, pero que llega para todos. Fue el adiós a mi querido compañero y amigo José María. Su grato recuerdo me acompañará hasta el final de mis días.

Proserpina fue un lugar en el que vivimos y disfrutamos del trabajo, de la Naturaleza, de la lucha diaria para sobrevivir y sacar a los hijos adelante, de la camaradería y de la amistad. Creo que, a pesar de la escasez, a pesar de las penurias, las familias que vivíamos en aquella estación aislada en mitad del campo extremeño, éramos felices.

Antonio Hidalgo Rodríguez,
julio de 2019

MÁS QUE ABOGADOS


Esta semana participe en la presentación del libro “Los abogados que cambiaron España” de Fernando Jauregui y en el documental "La defensa, por la libertad", de Pilar Pérez Solano, que organizó CCOO de Madrid y la Fundación Abogados de Atocha.

Libro y documental, impulsado por el Consejo General de la Abogacía, que trata de poner con mucha rigurosidad, sobre papel e imágenes, las luchas que los abogados y abogadas protagonizaron en la dictadura franquista y en la transición democrática, para conseguir la democracia, las  libertades y la justicia en nuestro país.

El libro de Fernando, recoge ochenta años de historia de un colectivo, el de los abogados y los juristas, que fue de los que más ha influido para transformar la Dictadura Franquista de España en la democracia, sin duda perfectible, que hoy tenemos. Una obra que nadie interesado en la historia de nuestro país, en el periodismo y en la vida puede perderse.

Por su parte el documental dirigido por Pilar, recoge la historia de la Abogacía desde mediados de los 60 a 1978, con imágenes inéditas y testimonios de protagonistas de aquellos años.

El documental cuenta con las voces de muchos abogados y abogadas que levantaron la bandera, de la libertad, de la justicia y de la democracia. Abogados y abogadas que, más allá de las diferencias partidistas, estuvieron únicos en el frente común de conseguir la libertad y convertir España en un estado democrático después de los nefastos años del franquismo.

Entre los muchos testimonios, están los de Alejandro Ruiz Huerta, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Paca Sauquillo, Jaime Sartorius, Óscar Alzaga, Antonio Garrigues, Ana María Ruiz Tagle, Pablo Castellano, José María Mohedano o Antonio Montesinos, todos ellos abogados y abogadas,  pero también personas comprometidas con la justicia y la democracia.

En el referido acto, además de Fernando Jauregui y Pilar Pérez Solano, autores del libro y del documental, entre otras personas, intervinieron Jaime Cedrun, Secretario General de CCOO de Madrid y Alejandro Ruiz-Huerta, Presidente de la Fundación Abogados de Atocha.

En sus intervenciones, en línea con el espíritu del libro y del documental, ambos reiteraron la importancia y la necesidad de seguir profundizando en el desarrollo de la democracia en España y no dar ni un paso atrás.

Así, Alejandro, único sobreviviente del atentado terrorista de los Abogados de Atocha, reiteraba la importancia que tuvieron aquellos abogados en la dictadura y en la transición democrática: “aquellos letrados eran trabajadores llenos de vida y pasión que estaban en todas partes, trabajando social y ciudadanamente de una forma transversal”.

Por su parte Jaime, comentaba: “Se agradecen estas obras, porque además de ser históricas, alientan la lucha por la  democracia frente a la involución que estamos viviendo y alertan a nuestros representantes políticos que frente a la dificultad para ponerse de acuerdo, deben perseverar  en objetivos comunes, que deberían ser irrenunciables, para evitar el retorno del franquismo, o de algunos de sus ideales”.


Y aunque parezca que estos dos excelentes  trabajos (libro y documental) van solo de la abogacía, por los títulos y las explicaciones, van mucho más allá, traspasan ampliamente las fronteras del derecho, contando historias e intrahistorias de gran importancias para los que quieran profundizar en la verdadera historia de España. Entre otras las referidas al movimiento obrero. Hechos tan relevantes como “el Proceso 1001”, en donde se  juzga a la dirección de CCOO en la clandestinidad, y la de  “Los abogados de Atocha”, asesinados por un comando de extrema derecha,  en enero de 1977, se tratan ampliamente, en ambos trabajos, por poner solo un par de ejemplos. 

Teniendo en cuenta el panorama político que nos está rodeando y sobre todo de la salida de las cavernas de la extrema derecha, este libro y el documental, deberían estar al alcance, no solo de los que peinamos canas, sino de aquellos jóvenes y menos jóvenes que estudien la historia de nuestro país, así como los muchos y muchas delegadas sindicales y políticos de las nuevas ornadas. Cuestión que dependen más de los órganos de dirección de sus organizaciones, que de ellos mismo. De ahí el título de doble sentido de esta breve columna: “Más que abogados”.

Francisco Naranjo Llanos 
Director Fundación Abogados de Atocha

LAS PROSERPINAS DEL MUNDO

La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica en este rapto, pues cuando Proserpina es llevada 
a los Infiernos, las flores murieron, pero cuando regresa, las flores renacen por la alegría del retorno de la joven. 

 PROSERPINA LA DIOSA

Proserpina era una diosa romana. Es la equivalente en la mitología romana a la diosa griega Perséfone. Es hija de Júpiter y Ceres y cuyo mito de su rapto por Plutón, dios del Infierno, es en realidad una metáfora del ciclo de la primavera.

Esta es la historia: En el deseo de encontrarle pareja a Plutón, que vivía solo en el reino de la oscuridad, interviene Venus, la diosa del amor, que manda a Cupido a que lance sus flechas sobre él. Y estando Proserpina en Sicilia bañándose feliz con otras ninfas, Plutón la vio y se enamoró perdidamente, raptándola para casarse con ella y convertirla en la reina del infierno.

Cuando desapareció Proserpina, Ceres, su madre, empezó a buscarla desconsolada por todos los rincones del mundo sin encontrar ni rastro de ella. Con el paso del tiempo su tristeza y enojo fue en aumento, y como ella era precisamente la diosa de la tierra y de su capacidad de germinar, según se iba enfureciendo iba secando los campos que pisaba, convirtiendo en desierto los lugares por los que pasaba.

Así las cosas, cuando la tierra estaba a punto de convertirse en un erial, Júpiter decidió tomar cartas en el asunto y mandó a Mercurio, el mensajero de los dioses, a convencer a Plutón de que liberara a Proserpina. Pero Plutón no estaba dispuesto a desprenderse de su esposa tan fácilmente y por ello obligó a Proserpina a comer seis semillas de granada, la fruta que simboliza la fidelidad. Con ello consiguió que Proserpina repartiera su vida entre su madre y su esposo, de tal manera que seis meses estuviera con Plutón y seis meses con su madre Ceres.

Y este es el origen de la primavera, pues cuando Proserpina vuelve con su madre, Ceres decora la tierra con flores de bienvenida, pero cuando en el otoño vuelve con Plutón, la naturaleza pierde sus colores como si se contagiara de la tristeza de Ceres.

PROSERPINA EMBALSE

De esta diosa, debe su nombre el embalse de Proserpina, más conocido por los habitantes de Mérida –emeritenses- como La Charca. Este lago de origen romano se comenzó a construir en el siglo I antes de Cristo y está situado a 5 km al norte de Mérida. Recoge las aguas de dos arroyos y tiene una capacidad de alrededor de 4 hm³. Durante la epoca romana, este embalse fue el mas importante para proveer de agua a Augusta Emerita, la capital de la antigua Lusitania.

Embalse de Proserpina, conocida popularmente como "la Charca" (Mérida)

Después de miles de años, el buen estado de conservación actual  se debe a que tras la caída del Imperio Romano, además de su función de abastecimiento de Emérita Augusta, actualmente Mérida,  a través del Acueducto de los Milagros, el lago artificial ha sido siempre una popular zona de baño y recreo, por lo que se continuó cuidando, modificando y mejorando.

El embalse de Proserpina, así como el de Cornalvo, forman parte de la denominación Conjunto Arqueológico de Mérida, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 por la Unesco.

PROSERPINA ESTACIÓN

Pero no, yo hoy no quería hablar solo de estas dos “Proserpina”, quería hacerlo mas ampliamente de una tercera Proserpina. Una pequeña estación de tren, lugar donde di mis primeros pasos por la vida.

Y a ello me pongo: Proserpina, la estación de ferrocarril, se inauguró en junio de 1937. La estación, un pequeño Apartadero en la línea Aljucén a Cáceres, se había construido con carácter urgente en menos de un año: “para agilizar el tráfico originado por la guerra civil en la zona”. El nombre de Proserpina se debe a la decisión de llamarla igual que el embalse que suministraba agua a la ciudad de Mérida en la época romana y del que hemos hablado anteriormente.

Se descartaron otros nombres posibles, como La Picona, Las Yeguas y La Jara, que pretendían los propietarios de las fincas con similares nombres, próximas a la estación. Después de casi 50 años de servicio en agosto de 1986 se clausuro con carácter definitivo dicha estación.

Estación de ferrocarril de Proserpina en el año 2015. Se cerro definitivamente en 1986.

Mi padre, que primero fue Obrero de Vías y Obras, viviendo en una casilla cerca de donde estaba la estación y después Mozo de Agujas en la propia estación, estuvo trabajando por esa zona desde los años 40 hasta los 60 del siglo pasado. Y en ese entorno nací y viví yo hasta 1962, que cumplidos los 15 años, nos trasladamos a Mérida. 

Teniendo en cuenta que a la edad que escribo estas líneas, me acuerdo con mayor nitidez de muchas de las anécdotas, vivencias e intrahistorias, que me pasaron viviendo allí, que lo que cene anoche, voy a contar algunas de ellas.

Pero antes, lo primero que quiero destacar es que en Proserpina aprendí a leer y escribir, e incluso un poco a pensar, sobre todo gracias a esos grandes maestros, que eran los encargados de la estación (Factores de Circulación, en las categorías ferroviarias), que fueron los que me dieron clases, hasta que con 12 años, comencé a desplazarme a la Escuela de Maestría Industrial de Mérida. Gracias a Cipriano Barrio, Vicente Rojas, Antonio Hidalgo y Juan Avalos y algún otro más que no recuerdo su nombre. Entre los niños que ibamos al "colegio" juntos, recuerdo a mi hermano Juan, a Alfonso y a las niñas Maria Luisa, Maribel y Mari, la hija de la señora Candela.

Año 1958: En el río Aljucen, afluente del Guadiana, con unas vecinas de la estación de Proserpina
 (Yo soy el niño de la derecha, tenia por entonces 12 años).

En cuanto a mis recuerdos de aquella época lo que más claro se refleja en mi memoria es lo relacionado con la comida. Hay que tener en cuenta que la guerra incivil del golpista Francisco Franco, había terminado hacia muy poco tiempo y los años llamados “del hambre”, estaban aún vigentes y ya sabéis que el hambre agudiza el ingenio.

Recuerdo cosas tales como que, durante muchos días, prácticamente la mitad de cada mes, con el cocido de garbanzos, teníamos para la comida del almuerzo, la cena y el desayuno. Es decir, garbanzos en el almuerzo, sopas de garbanzos por la noche y el tocino para las tostadas del desayuno. Un día sí y otro también. Reitero que estamos hablando de los años 50 del siglo pasado.

Para que os hagáis una idea general de la obsesión de hambre, os contare que en un momento dado, ya cerca de los años sesenta, conseguimos tener una cabra que se ordeñaba por las mañanas y que hacía posible que tuviéramos leche fresca casi todos los días. Pues bien, mi padre decidió que tenía que vender la cabra por la razón de que esta daba cada vez menos leche.      

Cuando ya estaba en trámites su venta, no quedó otro remedio que confesar que la culpa de que la cabra no diera leche no era de ella, sino de nosotros –mi hermano y yo- que por la noche antes de acostarnos íbamos a su redil y nos bebíamos la leche directamente desde sus ubres y claro era lógico que al día siguiente la pobre cabra diese poquísima leche.

En otra ocasión el señorito de turno, en este caso de una de las fincas colindantes a la estación, creo recordar que “El Chaparral”, contrato a mi padre, a mi hermano y a mí, para hacer de ojeadores en una cacería que habían organizado. Menudo día nos pasamos espantando conejos, liebres y perdices para que los amigos del señorito de turno se divirtieran en sus confortables puestos de caza.

Al final del día volvimos a casa, más contentos que unas pascuas, pues además del jornal ganado, íbamos cargados con varias piezas de caza que se habían “extraviado” durante la jornada. Ya teníamos para comer bien más de una semana. Años después, muchos años después y con motivo de ver la película de Miguel Delibes, “Los Santos Inocentes”, recordé esta agridulce anécdota.

En otras ocasiones, como vivíamos en una estación en pleno campo, bastante alejada de cualquier pueblo, íbamos a la compra cada mes en tren a Mérida o en asno prestado a Esparragalejo. 

Sobre el asno, recuerdo que al comienzo del año comprábamos un par de cerditos que a lo largo del año los cebábamos para la matanza. Vendíamos uno y el otro nos servia para tener embutidos hasta la siguiente temporada. Cuando íbamos a comprarlos mi padre y yo nos montábamos en el burro los dos pero a la vuelta metía mi padre a los dos cerditos en una parte del serón que llevamos y a mí y una piedra gorda en la otra parte para hacer contrapeso y él andando tirando del animal. Era raro el año que yo y los cerditos no salíamos rodando o tenía que gritar cuando estaba a punto de caerme del serón. En fin cosas de la vida...

En fin, como decía Bertol Brech: “después de las guerras, entre los vencidos, el pueblo llano pasa hambre; entre los vencedores, el pueblo llano la pasa también" y en nuestro caso, a pesar de que mi padre estuvo en el bando de “los vencedores”, no éramos una excepción.

Otro de los recuerdos que me ha venido muchas veces a la mente, eran los muchos y variados resfriados que cogía todos los años, especialmente en invierno, debido a que nunca tuve zapatos, siempre iba con alpargatas o con sandalias de goma con los dedos de los pies al aire. Cuando tuve los primeros zapatos –con 12 años- fueron de la marca “segarra”, la del famoso gorila, los de la famosa pelotita verde, con un par de números más de mi pie, pues tenían que durarme un mínimo de dos o tres años. Y por supuesto eran heredados de mi hermano Juan.


 Con mi padre José Mariá y mi hermano Juan, en los años finales de los 50 o comienzos de los 60.

Otra anécdota, esta menos triste, pero tan real como la vida misma. En una ocasión fui a Mérida al cine, a ver nada menos que a Joselito en su película “El pequeño ruiseñor”. La película fue lo de menos, lo gordo, para mi grave, fue que lo que me paso en la estación de Mérida, a las tantas de la noche, esperando a que saliera un tren de mercancías que nos llevara de vuelta a Proserpina.

Dando vueltas por los andenes me entraron unas enormes dudas que no dejaban de darme vueltas en la cabeza y empezaba a dudar hasta de mis “profesores” ferroviarios, pues me habían enseñado que solo había una luna y así era en Proserpina, pero no en Mérida, que veía con nitidez 8 o 10 lunas llenas.

Al día siguiente, ya de vuelta a Proserpina, le pregunte a mi padre por esa diferencia del planeta lunero entre una y otra estación. Sin necesidad de hablar con los profesores mi padre me saco de dudas: Eran los altos focos de luces de la estación de Mérida.

En fin, hay muchas más, pero como muestra creo que son suficiente. Por cierto, que allí, en aquella pequeña estación de ferrocarril, fui creciendo por fuera y por dentro, en esas edades es cuando más te ves crecer y al igual que Proserpina –la diosa- fue el origen de la primavera, Proserpina -la estación- fue para mí el origen de esa primavera de mi vida y ahora, que ya voy por el invierno, repaso lo que dice mi amiga y poeta Mercedes Blanco, fallecida recientemente, en su libro La Estación del Frío: (DEP compañera Mercedes).

Y en el andén del tiempo

Me he sentado a esperar

El penúltimo tren

Que me lleve a la Estación del Frío

Acaso sin regreso

 

Francisco Naranjo Llanos

Director de la Fundación Abogados de Atocha

P.D.- Agradezco a Antonio Hidalgo Rodríguez, uno de los Factores de Circulación en Proserpina (1957/1962), -uno de mis maestros-, los datos y fotografías sobre la estación y que me han servido mucho para completar esta breve intrahistoria sobre las Proserpinas del mundo.

ABOGADOS DE ATOCHA, EN ZAFRA SE PLANTO UN ÁRBOL

Este pasado 24 de enero hizo 42 años de aquel salvaje atentado de la extrema derecha fascista en el despacho de Atocha 55, atentado que segó  la vida a cuatro abogados y un sindicalista y dejo malheridos a otros cuatro abogados. A consecuencia de ese brutal atentado fallecieron los abogados:

-        Luis Javier Benavides Orgaz
-        Enrique Valdelvira Ibáñez
-        Serafín Holgado de Antonio
-        Francisco Javier Sauquillo y Pérez del Arco
-        Ángel Rodríguez Leal

Y resultaron gravemente heridos:

-        Mª Dolores González Ruiz
-        Luis Ramos Pardo
-        Miguel Sarabia Gil
-        Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell

Y un año más, coincidiendo con el 42 aniversario, en su memoria hemos salido a la calle a recordarles y homenajearles en Madrid y en otros pueblos de España.

En esta ocasión en el acto central, realizado en el Auditorio Marcelino Camacho, de CCOO de Madrid,  además de recordarles, la Fundación Abogados de Atocha entregó su premio anual al Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio de México y el reconocimiento al colectivo de cantautores y cantautoras por la libertad.

En la región madrileña el primer acto fue en Alcorcón el 18 de enero y el último, por ahora, en Alcobendas el 6 de febrero, entre ambos ha habido actos en Getafe, Rivas, Coslada, Leganés, Parla y Pinto. Fuera de Madrid, desde la Fundación que sepamos, se ha realizado reconocimientos en Salamanca, Zamora, Palencia y Zafra. En la mayoría de ellos. además de otras fuerzas políticas y sociales, ha participado activamente la Fundación Abogados de Atocha y CCOO.

Pero en este breve artículo me quiero referir especialmente al organizado en Zafra (Extremadura), por un grupo de jóvenes antifascistas  y en el que he tenido el honor de participar, disertando sobre la historia del criminal atentado de los Abogados de Atocha 55  y su contexto político y social.

La jornada se celebro el sábado 2 de Febrero a última hora de la tarde, en la sede de la librería La Industrial y comenzó  con la proyección de un reportaje-documental titulado “Abogados de Atocha: Memoria Viva”, la presentación por parte de Beatriz Blanco, una de las administradoras de la Librería y  por Abel Cabello, uno de los jóvenes organizadores del acto y después intervine yo.

Francisco Naranjo, Director de la Fundación Abogados de Atocha en un momento del acto de Zafra. 

El foro, abierto a todos las personas que quisieran ir, tuvo  una asistencia masiva, lleno a rebosar, incluso con personas en la puerta de la calle, conto con la presencia de destacadas personalidades de la región extremeña, como el reconocido y conocido escritor José María Lama y la Secretaria General de CCOO de Extremadura Encarna Chacón, así como varios ediles del gobierno municipal, entre otras muchas personas conocidas de la ciudad zafrense, de variados credos políticos.

Pero sobre todo, en un pueblo que en principio no tendría nada que ver con la historia de los Abogados de Atocha, ver  un público  mayoritariamente joven, siguiendo  con  emoción y gran expectación el desarrollo del acto, fue para mí una agradable  sorpresa y a su vez admiración hacia los jóvenes que lo habían propiciado.  

El acto finalizo con un interesante coloquio, coloquio que concluyo resaltado la importancia que tuvo este atentado fascista  y su posterior entierro, con 150.000 personas en la plaza de Colon de Madrid, para que nuestro país avanzara, en la conquista de las libertades y desarrollara la democracia en España, en aquellos momentos muy débil por los residuos franquistas, en lo que se denomino la transición española.


Publico asistente al acto de los Abogados de Atocha en la librería La Industrial de Zafra 

Así lo resumieron los jóvenes organizadores,  en un comunicado dado a conocer públicamente posteriormente al acto. Entre otras cosas dicen: “El sábado 2 de febrero  la dignidad reboso la librería La industrial. Más de un centenar de personas desbordaron el acto en memoria de los Abogados de Atocha. Pero esto ha sido solo el comienzo. Recogemos toda esa ilusión, todas esas ganas para que la Zafra Antifascista siga avanzando”

A mi humilde entender, aparte de estar plenamente de acuerdo con su mensaje,  ese día 2 de febrero de 2019 en Zafra, se planto un pequeño árbol que puede servir para que en el futuro, sus ramas,  los jóvenes de nuestro país, que son la base de la sociedad que vivimos, vean con esperanza y como un referente de lucha, los valores de los Abogados de Atocha, valores tales como la paz, la justicia social, la igualdad, la democracia y la libertad. Desde la Fundación Abogados de Atocha, vamos a continuar contribuyendo a ello.


FRANCISCO NARANJO LLANOS

Director de la Fundación Abogados de Atocha