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LEMA DE ESTA BLOG: ... hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida. (Miguel Hernández)

CUIDATE DE LOS IDUS DE MARZO

Premios CERES: Los actores Concha Velasco y José Sacristán, en Mérida
El 27 de agosto vi por la 2 de TVE la entrega de los premios CERES.  Unos premios que se dan al final del festival que se celebra en el Teatro Romano de Mérida. Por cierto y dicho sea de paso, este año una vez más he tenido el placer de asistir a una de las obras representadas en el teatro romano de esa bonita ciudad. En esta ocasión “Hercules, el musical”..

El premio Ceres Emérita Augusta 2015 a toda una vida por su trayectoria profesional, más de 50 años dedicados a la interpretación, se concedió a José Sacristán, Pepe para los amigos. Y como es habitual, en las palabras de agradecimiento por el premio, recordó sus comienzos en 1964 cuando pisó por primera vez la arena del Teatro Romano de Mérida a las órdenes de José Tamayo en “Julio César”, de William Shakespeare.

Aquella obra se represento del 16 al 19 de junio de 1964 por la compañía Lope de Vega y en la puesta en escena de Julio César, José Tamayo contó con grandes actores y actrices conocidas por aquel entonces, tales como Marísa de Leza como Porcia, José María Rodero como Bruto, Anastasio Alemán como Casio, Javier Loyola como Julio César, Javier Escrivá como Marco Antonio...entre otros.

Y eso me hizo recordar a mí también, cuando con unos 17 años intervine en esa obra  y conocí de cerca algunos de los grandes actores de la escena española. Algunos muy poco conocidos por aquel entonces, como el propio José Sacristán que hacia un pequeño papel que no pasaba de un par de frases. Al igual que otra actriz conocida mas adelante pero que entonces también interpretada un pequeño papel, me refiero a Maria José Goyanes. Como también recuerdo a Simon Cabido, un actor conocido popularmente años después  por sus papeles en  TV, especialmente por el personaje de Doña Cocreta.

Mi incursión por el teatro como “actor” fui efímero pero de gran impacto, intervine como extra entre las muchas personas que se contrataron para aquel evento. Ante una larga columna que se formo para la ocasión, más o menos la mitad fueron seleccionados para el ejército romano y la otra mitad para pueblo. A mi me toco ser “ejercito”, me dieron el traje romano, la lanza, el escudo y el casco y ala a ensayar la obra…Como espectador si llevo mas tiempo.

Después de los ensayos vinieron las actuaciones. Yo en la primera parte de la obra iba al lado de Marisa de Leza y no me perdía detalle.  No me perdía detalle digo, de la obra y sobre todo de Marisa.  De cómo se colocaba los pechos para que resaltaran en los vestidos de romana. Yo con 17 años y ella  30,  en aquellos tiempos del franquismo que ver una rodilla de mujer era  pecado…ver un pecho de mujer al desnudo podía ser penado con carcel je, je.

La actriz Marisa de Leza en los años 60 del siglo pasado 


Las voces en el estrado del teatro de Javier Loyola y de Jose Mª Rodero, en especial de de este ultimo, son cosas también difíciles de olvidar. Eso en la primera parte. En la segunda que pasábamos del teatro al anfiteatro y tardaba poco en “morir” en la batalla, recuerdo la gran voz de Anastasio Alemán, que hacia de Casío, un gran actor que murió joven y yo creo que fue poco reconocido.

Y sobre todo se me quedó muy en la memoria la famosa frase “Cesar, ten cuidado con los idus de marzo”, frase que como es conocida fue formulada  por  un famoso vidente unos meses que asesinaran a Julio Cesar. También la víspera del 15 de marzo –día de los Idus de marzo- la esposa de Julio César, Calpurnia, soñó que su marido era muerto a puñaladas. Calpurnia suplicó en vano a César que no fuese ese día al foro.

Camino del foro, Julio César volvió a ver al famoso vidente  Vestritius Spurinna y le dijo: "Bien, el Idus de marzo ya ha llegado". El adivino le respondió: "Sí, César, pero no vayas al foro". Cesar no le hizo caso y poco antes de mediodía fue asesinado por un grupo de senadores que se abalanzaron sobre César asestándole 23 puñaladas.

Imagen de la obra "Julio Cesar" de junio de 1964 

César aún tuvo fuerzas para empujarles y para pronunciar otra de las frase famosas de aquella tragedia, las palabras de incredulidad al ver a Bruto (José Mª Rodero) con un puñal en la mano “¿Tú también hijo mió?” y para taparse el rostro con la toga y evitar que sus asesinos vieran su cara en el momento de morir.

El Gran Julio César, a los 56 años, cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la curia, pues él la había pagado. Una de las ironías del destino. Los asesinos y el resto de senadores salieron corriendo, aterrados por el magnicidio y por las reacciones que se pudieran producir.

Por cierto cuidado, que en política siempre, incluso en los tiempos actuales, puede haber un Bruto que te traicione.

En fin tiempos de recuerdos, tiempos que sin melancolía no volverán, pero que estaban ahí y me sirvieron para amar el teatro aunque fuera de espectador y no de actor. Una buena obra de teatro para mi tiene bastante mas importancia que una buena película. El directo siempre es importante valorarlo. Y si es en un marco incomparable como es el Teatro Romano de Mérida, mejor.


RONTEKY

LA ABUELA CATALINA (MI MADRE)

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme siempre estaré contigo”.
                           (George Gurdjieff)   
                                  
El 9 de agosto de 1985  murió mi madre. Para mi era aun joven, con solo 69 años de edad. Abuela Catalina, como le decían sus nietos había nacido el  29 de noviembre de 1915 en un pequeño y blanco pueblo de Extremadura (Esparragalejo) y murió de una  hemorragia o instus cerebral, un caluroso día del mes de agosto de 1985 en Mérida (Badajoz).

Se había levantado esa mañana con mareos,  mareos que no pudo superar y se desvaneció en brazos de mi padre que inmediatamente la llevo al hospital de Merida y de allí hacia Sevilla en una ambulancia pues en el hospital extremeño no podian hacer nada por ella. A la capital andaluza nunca llego viva, según me contaba,  una y otra vez, con lagrimas en los ojos, mi padre a los pocos días del fallecimiento de mi madre.

Catalina, que por cierto no era su nombre real, pues en su partida de nacimiento figuraba como María Saturnina,  era la mas pequeña de las mujeres de la  familia. Tenia dos hermanos, Nolasco y Sebastian y dos hermanas mayores Rosario y Petra. Mi padre se entero que mi madre se llamaba María y no Catalina cuando en el juzgado y la iglesia tuvo que arreglar los papeles para casarse.

Yo a mi madre siempre la recuerdo con vestidos negros o azul marino, pues casi siempre llevaba luto o vestía de azul marino por alguna promesa religiosa. Siempre haciendo cosas en la cocina, muy seria y excesivamente obediente con mi padre.

Como es natural de cuando eres niño se te quedan muchas cosas en tu mente. Con el tiempo se te olvidan algunas y otras nunca las olvidas. Recuerdo, por ejemplo, cuando salíamos mi hermano y yo de caza por los alrededores de la estación de ferrocarril donde vivíamos (Proserpina) con el animo de coger algo que nos sirviera de cena o de merienda, una paloma, una perdiz, un conejo, etc.

En algunas ocasiones no conseguíamos ninguna de esas piezas y nos teníamos que conformar con la captura de un lagarto, que dicho sea de paso por aquel entonces su caza no estaba prohibida. 

El problema del lagarto era cocinarlo, pues si a mi madre se lo llevamos sin preparar no había merienda, encima del susto que le dábamos con un bicho tan feo como es el lagarto. Así que no nos quedaba otro remedio que pasarnos por el río para despellejarlo y quedarlo como un conejo pequeño. Por cierto que bien fritito esta riquísimo.  El sabor y la textura de su carne se encuentra en el intermedio de la rana y el conejo.

Entre otras cosas que me acuerdo de cuando tenia menos de 10 años, recuerdo en una ocasión que fuimos con mi padre a un Cortijo a varios kilómetros de donde vivíamos  y teníamos que atravesar el río. En la ida no hubo problema, pasamos por unas grandes pasarelas de piedra para pasar el cauce del río. Pero a la vuelta después de tirarse casi todo el día lloviendo y ya oscurecido no encontramos las pasarelas pues estarían cubiertas por la crecida del agua del río.

Pasarelas de piedra para cruzar los rios

El caso era que otro posible paso de puente o pasarelas estaba a varios kilómetros de distancia, así que mi padre, al que también le había afectado el liquido, pero en su caso no solo  de agua, decidió cruzar el rió al margen de pasarelas y con nosotros -mi hermano y yo- a hombros y así pasamos su cauce con la consiguiente inseguridad y mojadura que aquello nos produjo. Como es lógico llegamos como una sopa y muertos de frío a nuestra casa, pues esto que cuento sucedió en invierno.

Mi madre en lugar de echarnos la bronca, que teníamos bien merecida por llegar tarde y mojados, en el caso de mi padre por fuera pero también por dentro, sin un solo reproche corrió solicita a ponernos ropa seca y a que nos calentáramos en la lumbre que ella tenia estupendamente preparada. Esta historia, real como la vida misma, es de las que se te quedan en la memoria  para toda la vida.

Años después y cuando ya vivíamos en Mérida, recuerdo cuando íbamos de visita a Esparragalejo a ver a la familia, mi madre que era muy aficionada a tener macetas en la casa, especialmente geranios, cuando ya nos íbamos a venir de vuelta a casa, las hermanas le decían:

-A ver Catalina,  que nos has quitado hoy, que llevas ahí, que estas escondiendo en las manos...

Ella decía que nada, pero la verdad es que llevaba esquejes de geranios que había quitado de las macetas de  un patio lleno de plantas que había en casa de mi tía Ramona. El motivo no era otro que al parecer según la versión popular los esquejes robados agarran mejor que los regalados. Así era de ingenua mi madre.


Mi madre y mi padre cuando novios en los años treinta del siglo pasado 


Catalina, mi madre, como mujer que había pasado los años del hambre, que ya he contado en otras entradas de este blog, cuando pudo -ya en los años 70-  no escatimaba en comida y mis hijos, sus nietos,  lo que mas recuerdan de ella era, que cuando íbamos a su casa a pasar unos días, su obsesión es que no faltara de nada a la hora de comer. Jamón, chorizo, queso, salchichón, huevos fritos, tortillas, pollo, ensaladas de tomates y pimientos, etc etc. Eso si regado todo con mucha aceite de oliva. Daba igual lo que nos pusiera, la aceite de oliva siempre era de las cosas que no podía faltar en la mesa. En fin cosas veredes…

Yo apenas pude decirle adiós, ni siquiera el día de su entierro. Cuando se puso enferma y seguidamente en el mismo día murió, me encontrába de vacaciones por la zona de Portugal con mis hijos y mi mujer y como en aquellas fechas no había teléfonos móviles, solo fijos y ademas estábamos por distintos
campings no dieron con nosotros, a pesar de haber puesto incluso  algún aviso por radio, que tampoco escuchamos.

Cuando volvimos a Mérida y llegamos a casa de mi suegra nos abrió un chaval amigo de mi cuñado y al preguntar por ella contesto que no estaba en casa porque justo en esos momentos estaba asistiendo al entierro de mi madre. Así me entere de su muerte. Cuando llegamos al cementerio ya estaban cerrando su tumba.

A los 30 años de su fallecimiento recuerdo a mi madre como una gran persona, quizas en la distancia, excesivamente dependiente de mi padre y de su familia. Recuerdo su cara un poco triste, a mí siempre me pareció triste, con sus vestidos oscuros y su gran pelo negro y moño, siempre con su moño...

Descansa en paz Abuela  Catalina y estés donde estés recuerda que toda tu familia te sigue echándote de menos y como dice la frase que encabeza esta entrada: “que una persona no muere  hasta que dejan de recordarla” pues ya sabes mama, aquí estamos aun muchos para seguir recordándote.


RONTEKY